de Jorge Moyano
Carbón, tiza, residuo de caucho que dejan las gomas quemadas de una protesta, esos son los materiales que elije Jorge Moyano para trazar, para componer. También cemento, pasto que encuentra tirado, algas de resaca de marea. Lo que se cruza como parte del entorno tiene lo suyo para decir, sólo hace falta prestar atención. La lona de un cartel, maderas, papeles descartados en el suelo: en esa materialidad ya hay una conversación que viene de lejos en el tiempo.
Pero ubicando cuidadosamente esos elementos se abre un parlamento nuevo, hecho de signos y materia. Se arman micro paisajes, ya sean construcciones o dibujos, donde lo marginal emerge sin que se vuelva dominante. Como quien mira en lo lateral, en lo olvidado, el fundamento de todo lo demás, la importancia del hueco en una red.
Construidos con muchísima precisión, estos “monumentos domésticos”, como los llama el propio Jorge, funden la acción humana con el resto del ambiente (eso que solemos llamar naturaleza), pero sin suspender la tensión entre sus límites difusos ¿No son los restos urbanos geología? ¿no es sujeto intencionado la maleza?
Habitualmente, antes de que se levante un monumento, tuvieron que avanzar una serie de voluntades, narrativas, incluso disputas, en torno a lo que se considera públicamente digno de importancia. En estas obras parece, al revés, como si la maqueta o prototipo de un futuro monumento se hiciera después, cuando ya fue arrasado por una sudestada. Eso pone en riesgo la noción misma de monumentalidad, tiende sospechas sobre cualquier marca intencional de la historia, sobre cualquier intención de homenaje.
También produce inquietud por el movimiento contrario: cuando una pila de ladrillos se escenifica como símbolo de algo que no llegamos a entender, o cuando se vuelve ejemplar un pilar de yuyos, queda encendido el modo del pensamiento ambiguo.
Y, hablando de monumentos públicos, tal vez no sea caprichoso introducir esta pregunta: ¿Qué pasa si sostenemos el modo de pensamiento ambiguo para pensar, por ejemplo, el Estado? Es que generalmente, los monumentos tienen que ver con decisiones de Estado, están ahí por su disposición, voluntad o planificación, a veces incluso gracias a su olvido.
Pero en este tiempo en que cuestionar al Estado no es una rareza (tanto que incluso es uno de los ejes de la discursividad presidencial), la calidez misteriosa de estos monumentos domésticos parece más bien una invitación a percibirlo ampliado. Eso sí, desde la intuición, incluyendo a todo eso que parece por fuera de las estructuras institucionales, pero en realidad las sostienen: la fragilidad, los afectos, lo inconsciente, la subjetividad, el mundo extrahumano y todo eso que a veces sólo recordamos cuando desborda, como desborda lo que es vital.
Lucía Bianco
El artista dice sobre su obra:
Me interesa la construcción de los paisajes, ex-paisajes, ecotonos y otras formaciones de periferias dentro de los territorios o en sus márgenes. Me atraviesa una pregunta en torno a la producción de símbolos políticos, su desgaste y reutilización y a las iconografías que se vinculan a los movimientos de la historia, su destrucción y remanencias como insistencias que dicen otras cosas. Desde hace algunos años exploro materialidades y formatos diversos, como instalaciones, tipografías comerciales, construcciones de paisajes, micro paisajes y dibujos de variado formato, con carbón y caucho de cubiertas quemadas. Los desbordes y demasías climáticas que atravesó la ciudad, han dejado una marca y una inquietud que permite pensar de otra forma el propio espacio y sus límites.
INAUGURACIÓN: Sábado 1 de noviembre, 20 hs.
Ciclo Subterránea
Sala de Exposiciones Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia.
Av. Colón 31.



