Arribamos a la última rotación de la exposición 90° años del Bellas Artes. Este período comprende los años 1983-1995, es decir, desde el advenimiento de la democracia hasta la creación del Museo de Arte Contemporáneo, momento en el cual la dinámica del primer museo de la ciudad cambió por completo.
A nivel nacional, la vuelta a la democracia abrió un período de reconstrucción social profundo. Las producciones plásticas comenzaron a visibilizar de manera clara la violencia y el terror padecido bajo la dictadura cívico-militar. En esta exposición, la escultura de Claudia Guerra, Ninguna voz, resulta escalofriante por la representación directa de las prácticas empleadas por el Estado represor.
Asimismo, a lo largo de los años ‘80 asistimos a dos escenarios plásticos distintos. Por un lado, como señaló María José Herrera, se instaló el discurso posmoderno, en particular en el terreno de la crítica de arte, que “rápidamente declaró el fin de una época a partir del ‘fin de las vanguardias’”. En ese marco, “el gesto neoexpresionista —que se expandía en la escena internacional a través de la transvanguardia italiana, la pintura salvaje alemana y la nueva imagen estadounidense— transformó la producción artística, al tiempo que fue protagonista del boom del mercado de arte de aquellos años” (1). Obras como De nada sirve de Jorge Pietra, Segunda versión del pintor de Carlos Giorgis, son algunos ejemplos de estas expresiones estéticas que abordaron los problemas plásticos en torno a la pintura. Por el otro, hubo artistas que asumieron “un verdadero ‘arte de la resistencia’”, realizando producciones de una fuerte crítica social, alejadas de la idea “la muerte de las ideologías anunciada por el discurso posmoderno”. Algunos de los casos que ejemplifican esta tendencia son las propuestas de Antonio Ortega Castellano, de Eduardo Iglesias Brickles y de Gustavo López.
En relación a la escena local, hasta inicios de los años noventa, la escena artística bahiense estaba dominada por agrupaciones históricas como la Asociación Artistas del Sur y la Asociación de Artistas Plásticos. Ambas agrupaciones se caracterizaron por su tendencia conservadora, ligada a las tradicionales bellas artes y las tendencias estéticas menos rupturistas. Los miembros de estas asociaciones participaban como jurados de los Salones públicos, los cuales proveían de obras al patrimonio del Bellas Artes (2). De modo que la colección institucional continuaba haciéndose eco de sus preferencias artísticas.
Con la creación del MAC, se formalizó la apertura a las nuevas prácticas artísticas, que ya venían generando presión en la escena local desde los primeros años de la década del ’90. Artistas como Gustavo López, Alicia Antich y Cecilia Miconi, abrieron el panorama a otros lenguajes y conceptos, que cuestionaban las estructuras instaladas y proponían una nueva mirada hacia el arte y hacia la institución. Desde ya que esta apertura no fue fácil. Pero ahora podían dar batalla dentro del ámbito institucional.
(1) María José Herrera, Cien años de arte argentino, Buenos Aires, Biblos, 2014, p. 250.
(2) Alejandra Panozzo Zenere, “Una relación de encuentro-desencuentro. El MBA y el MAC de Bahía Blanca”, en Boletín de Arte, Facultad de Bellas Artes. Universidad Nacional de La Plata, n° 16, 2016, pp. 12-19. Disponible en: http://papelcosido.fba.unlp.edu.ar/ojs/index.php/boa