
Que el árbol de lo «participativo» no tape el bosque de los privilegios.
Veloz como la pandemia también se extiende entre instituciones culturales y museos la necesidad de generar actividades remotas y participativas, todas virtuales por supuesto. Un primer gesto en el medio de la confusión generalizada es proponer compulsivamente acciones que justifiquen la existencia de estos espacios, ni hablar de los comunitarios. Entonces vemos redes inundadas con pedidos de enviar canciones, sacar fotos a objetos, contar historias, imitar obras y un etc. larguísimo. Por supuesto que muchas de esas actividades son virtuosas, a algunos ayudarán a pasar el tiempo o enriquecer su vagaje cultural. Pero para nosotros esas acciones no pueden ejecutarse sin la advertencia necesaria del privilegio. ¿Quién se beneficia al final con esa foto, esa canción, ese video generado a