Que el árbol de lo «participativo» no tape el bosque de los privilegios.

Veloz como la pandemia también se extiende entre instituciones culturales y museos la necesidad de generar actividades remotas y participativas, todas virtuales por supuesto. Un primer gesto en el medio de la confusión generalizada es proponer compulsivamente acciones que justifiquen la existencia de estos espacios, ni hablar de los comunitarios. Entonces vemos redes inundadas con pedidos de enviar canciones, sacar fotos a objetos, contar historias, imitar obras y un etc. larguísimo. Por supuesto que muchas de esas actividades son virtuosas, a algunos ayudarán a pasar el tiempo o enriquecer su vagaje cultural. Pero para nosotros esas acciones no pueden ejecutarse sin la advertencia necesaria del privilegio. ¿Quién se beneficia al final con esa foto, esa canción, ese video generado a

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Una película de terror que se puede llamar «la comunidad del miedo».

Claro que seguimos pensando el día después de mañana como acá y acá. Imaginar es una tarea (para nosotros clave) y por supuesto lo sabemos, también un privilegio. Transitamos el aislamiento social preventivo y obligatorio, algunos miramos por nuestra ventana la ciudad quieta, silenciosa y un aire pesimista nos dice: ¿y sí el ánimo dominante de lo que venga va a ser el miedo? El miedo a los otros, la debilitación de los vínculos, la sospecha permanente. Ahí: ¿dónde va a estar la zona de seguridad, el búnker, el espacio blindado contra el resto? En los museos tenemos una palabra cultivada durante años, valiosa y a la vez gastada, que puede identificar esa fortaleza: comunidad. Si en algún momento el

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Museos que pisen el acelerador

El coronavirus tiene una lección: no es que será más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero sí tal vez será útil pensar que al «realismo capitalista» de Fisher le entró una bala. Paramos el capitalismo para salvar el mundo. Martín Rodriguez, «Caído del cielo«. Todo está en suspenso. Algo plantemos sobre la idea de vacío. En este mientras seguimos pensando con inquietud y titubeos, el día después de mañana. En principio el horizonte infranqueable del capitalismo global, el libre tráfico de bienes y mercancías, la mano invisible que desregula y ordena, parece en cuestión. El Estado aparece para hacerse cargo de una crisis sin precedentes. Y de repente las estanterías se sacudieron: en nuestro

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