Breve crónica de la comunicación interrumpida.

WhatsApp, Google meets, Zoom, Jitsi Meet, Gmail, etc, etc, etc. Estas son nuestras herramientas contacto, de mantenernos cerca en la cuarentena.
Somos ocho, nueve, seis, cinco conectados. Vamos hablando, de repente una pantalla se pone en negro, de repente una voz queda con una latencia en loop y eco robótico, de repente un silencio en cada ventana donde nadie sabe muy bien como responder. De repente los temas se cruzan entre el listado de temas laborales y la lista de los supermercados, los precios, las nuevas aficiones, las ganas de salir.

Una hora de zoom vale por cuatro. No se ven los gestos, se borronean las caras. Los turnos de habla se superponen o se suceden a destiempo y torpemente. Un acto de habla tan complejo por supuesto también depende de su medio, en este caso nuestras conexiones a internet hogareñas, que son de una calidad promedio a precio promedio: lentas y caras.

Por otro lado vemos los beneficios: se acortan tiempos, se liberan espacios físicos, ahorramos movimientos y gastos de transporte. Administramos nuestra infraestructura. Estamos en casa y en muchos casos nos sentimos más productivos y entusiasmados.

Pero además de la comunicación interna seguimos en contacto con escuelas y sedes de envión para armar los proyectos a distancia. Nos sucede lo mismo y también comprobamos situaciones más delicadas como la falta total de conexión y medios de acceso. Es que ya lo dijimos: no debemos dejar de ver el privilegio.

Estamos aprendiendo a hablarnos de nuevo. Si la voz entrecortada y con delay de hoy es la que defina el futuro de la comunicación laboral, tendremos la tarea también de señalar sus problemas y tratar de advertir que su adaptación no sea un límite excluyente para las personas a nuevas modalidades de trabajo.

 

Leandro Beier.

Obra: Código de barras de Margarita Paksa

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