El coronavirus tiene una lección: no es que será más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero sí tal vez será útil pensar que al “realismo capitalista” de Fisher le entró una bala. Paramos el capitalismo para salvar el mundo.
Martín Rodriguez, “Caído del cielo“.

Todo está en suspenso. Algo plantemos sobre la idea de vacío. En este mientras seguimos pensando con inquietud y titubeos, el día después de mañana.
En principio el horizonte infranqueable del capitalismo global, el libre tráfico de bienes y mercancías, la mano invisible que desregula y ordena, parece en cuestión. El Estado aparece para hacerse cargo de una crisis sin precedentes. Y de repente las estanterías se sacudieron: en nuestro país al menos la ecuación es salud sobre economía. Y se pusieron en marcha una batería de medidas que apoyan esa fórmula: asistencia económica universal para los más desafavorecidos, congelamiento de alquileres, aumento presupuestario en salud. De repente esa bala a la que se alude en la primera cita, abre un hueco sobre el cual mirar el futuro. Claro que hay múltiples respuestas esta en particular, apunta a nuestro lugar, problemas y asimetrías en un mundo poslaboral casi de obsolencia humana. Ahora bien, en nuestro caso específico, como museo de bellas artes y arte contemporáneo, como institución del gobierno municipal, ¿qué podemos empezar a ver por ahí?

Este tiempo puede ser fascinante. Tenemos que empezar a pensar todo otra vez. Es probable que en los próximos años el trabajo no sea un ordenador social, no hay fordismo ni estado de bienestar. Es probable que el tiempo que viene tenga como horizonte distributivo el ocio. La pelea será porque todos y todas puedan abrazarlo. En términos materiales se trata de apurar al capital. Mientras tanto, ¿cuál es el rol de un museo? ¿entrener? ¿resguardar celosamente su patrimonio y las marcas de la historia? ¿cobijarse en la comodidad de su territorio vecino, la palabra sagrada de la museología, “comunidad”?.

 

Pensamos que los museos deberán ser núcleos de imaginación productiva. Talleres de herramientas que todavía no se inventaron. Depósitos de nuevas ideas que se acumulen por sobre las estanterías de los lugares comunes. Espacios de conexión y redes que excedan el territorio localista. Espacios de lucha por la distribución del tiempo y el ocio, consciente pleno de los privilegios y asimetrías que también ahí se traman.
Y no se trata de una utopía tecnologicista, no es más apps y elementos tecnológicos. No se trata de trayectos educativos formales, ni de visitas guiadas con guiones rimbombantes. Todo eso se incluye pero no es el punto de llegada. Queremos museos que se propongan trazar verticalidad e inclusión para pensar colectivamente lo que viene, ser laboratorios del porvenir ocupados por chicos y chicas de Envión, artistas plásticos, Djs, kioskeros, bandas, pandillas de adolescentes grafiteros, youtubers, todos y todas. Distribución del tiempo y libertad de hacer. Algo de eso pispeamos, entre optimistas y dubitatibos. Nada vendrá dado, el programa y la acción estará en nuestras manos. Lo que nos parece casi seguro, es que no podremos seguir igual que ayer.

Leandro Beier